Uno de los temas más debatidos en la Historia ha sido la presunta locura de la reina Juana I. La película que realizó en 2001 el Director Vicente Aranda “Juana la Loca”, una historia sentimental de amor y celos, y las recientes conmemoraciones del V Centenario de los Comuneros han reavivado esta polémica, un debate que probablemente continuará en las siguientes décadas.
La infanta Juana de Aragón, Castilla y Sicilia nació el 6 de noviembre de 1479, cuando la Corte de los Reyes Católicos estaba en la ciudad de Toledo. Hija de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, quienes habían unido dinásticamente sus respectivos reinos. Juana era la tercera en la línea de sucesión, pero los avatares del destino -la muerte de sus hermanos Juan e Isabel y su sobrino Miguel, la convirtieron inesperadamente en heredera de la corona de Castilla. Juana se convertirá, por tanto, en la primera reina de España.
El apelativo de loca se le impuso principalmente a partir del siglo XVIII, a raíz de los escritos del Padre Flórez de Setién, y ha sido un mote que ha prevalecido hasta la actualidad, momento en que los historiadores han matizado los problemas psiquiátricos que pudo padecer, hablando algunos autores de una posible esquizofrenia, como la que sufrió su abuela Isabel de Portugal.
Juana heredó los reinos de la corona de Castilla a la muerte de su madre, Isabel la Católica en 1504. Su marido, Felipe el Hermoso, su padre, Fernando el Católico, y su hijo, Carlos V, gobernaron tanto su casa como sus territorios. Todos los que la rodeaban estaban interesados en promover esa imagen de loca. Juana fue una reina que se vio enfrentada a las vicisitudes del poder: no mostró excesivo interés por gobernar, pero apenas le dejaron ejercerlo.
Su esposo, Felipe I el Hermoso, con quien mantuvo durante diez años una relación controvertida y llena de altibajos, se quiso aprovechar de su estatus de heredera al trono de Castilla. Para los miembros de las realezas el amor en aquella época más que una cuestión de afectos era un concepto político que significaba fidelidad a los intereses de estado, que estaban por encima de los sentimientos.
Por su parte, su padre Fernando, también la apartó del poder por razones de Estado, y en marzo de 1509 decidió recluir a su hija la reina Juana en el Palacio Real de Tordesillas. Para recordar este hecho, todos los años se representa en la villa de Tordesillas, el primer sábado del mes de marzo, una recreación histórica que representa la sobrecogedora y emotiva comitiva de la corte que acompaña a la reina Juana en el traslado del féretro de su difunto esposo Felipe I hacia Granada.
Igualmente hará luego su hijo el emperador Carlos, quien la mantuvo confinada en Tordesillas para poder reinar él en los territorios heredados de la corona de Castilla. Juana, por su parte, a lo largo de su vida intentó por todos los medios asegurar la sucesión de la dinastía de los Austrias.
Durante todos aquellos largos años de encierro, solo interrumpidos por algunas breves estancias y cambios de residencia fuera de Tordesillas, uno de los episodios que rompió la monotonía fue cuando Tordesillas se convirtió en escenario de la Guerra de las Comunidades. El apoyo que inicialmente había ofrecido la reina Juana, que podría haber supuesto el final del reinado de su hijo Carlos, nunca se llegó a materializar, y los comuneros no consiguieron que la reina firmase ningún documento. A finales de 1520, el ejército realista entró en Tordesillas, restableciendo en su cargo al marqués de Denia y Juana volvió a ser una reina cautiva.
Tras 46 años de encierro en Tordesillas, la reina murió en 1555, a los 76 años, y sus restos descansan ahora junto con los de sus padres y su marido en la Capilla Real de Granada.