Nos olvidamos, siempre, de que lo que hoy vemos y disfrutamos por encima de la superficie de este único y maravilloso planeta, del que hasta ahora disfrutamos, llamado Tierra, siempre tiene su origen en los estratos inferiores, aquello que a diario pisan nuestros pies. La comodidad de nuestra vida actual está más cerca de la suela de nuestros zapatos que de la mente que nos hace humanos.
El asfalto por el que circulan nuestros automóviles, las casas en las que habitamos, el equipo de música en el que suenan las canciones de nuestra vida, el vaso en el que servimos nuestra última copa, los monumentos resultado de una herencia humana común, construidos cientos de años atrás, incuestionablemente tienen su origen más en lejanos tiempos pretéritos, de los que no queda memoria alguna, que en el calificativo de homo habilis que nos gusta asignarnos.
El poder transformador del hombre, implacable con la naturaleza, ha conseguido realizar a partir de rocas y piedras, de plantas y árboles, de geología y química, fantásticos edificios, mínimas piezas ornamentales, joyas, puntas de flecha… que hoy llaman nuestra atención y que por sí mismas son lugares o razones de peregrinaje cultural, en los que nos amontonamos cualquier fin de semana en busca de nuevas experiencias, sensaciones o emociones.
De aquello que logra que nos emocionemos, que espabila nuestros sentidos, que a veces nos hace llorar, muy pocas veces pensamos que tiene su origen en el subsuelo: de los edificios de una ciudad cualquiera, artísticos o vulgares, de las vigas que los sustentan, de las tejas que cubren su tejado, de los cristales por los que penetra el rayo de sol que ilumina el espacio intramuros y termina resaltando una escultura en un altar, de todos estos espacios, lugares y objetos, los materiales con los que se construyeron, su origen, permanece incognito e ignorado para nuestra civilización.
Hoy he visto un video que, por primera vez, parte de la premisa contraria: “La ciudad de Salamanca le debe su enorme patrimonio monumental a un material geológico…”. La catedral, el Palacio de las Conchas, La Clerecía, La Plaza Mayor, la fachada de La Universidad, el Palacio de Monterrey…, son el resultado de la acumulación de miles y miles de años, de miles y miles de fuerzas que han trabajado conjuntamente, sin intención ninguna, para conseguir una piedra arenisca suave y brillante que con la puesta de sol llena la ciudad de cálidos tonos anaranjados a cuyo reclamo acude una numerosa tropa de visitantes: el motor de nuestra economía de hoy se localiza en un espacio temporal millones de años atrás, el Cenozoico.
Raúl Tapia, autor del pensamiento expresado en este vídeo, nos desnuda y explica con claridad y sencillez la idea de que como humanos somos poco más que “hombres de la mudanza”: cambiamos de un sitio a otro los materiales, copiamos las formas, difundimos aquello en lo que creemos…, con la misma facilidad con la que cambiamos de una pared a la opuesta el mueble bar de nuestro salón. Así somos, nada más.
Esta producción está elaborada para Life Vía de la Plata. Savia.
Raúl de Tapia es director de la Fundación Tormes – EB y autor, entre otros libros, de Arboreto Sonoro.