No sé si a ti, Cristo de Carrizo, te hizo el escultor del Crucifijo de don Fernando y doña Sancha. No sé si el marfil con el que estás hecho brilla igual que en tu lugar de origen, el antiguo monasterio de monjas cistercienses de Santa María de Carrizo de la Ribera.
No sé si tus cuatro clavos atestiguan la bella rudeza de una época, la del siglo XI…
No sé si tu cabeza, grande y expresiva, quiere decirnos algo más imponente que tu excelsa presencia. No sé si tu grandeza viene paradójicamente de tus treinta y tres centímetros de altura. No sé si tus cuatro clavos atestiguan la bella rudeza de una época, la del siglo XI.
No sé si el cabello que cae hasta tus hombros estiliza más la fe de quien te contempla. No sé si el paño de pureza será capaz de sanar a otros tanto como a mí. No sé si las piedras preciosas que te faltan en el ceñidor y en la orla de la parte inferior son sinónimo de elegancia.
No sé si las cavidades que tienes en la espalda y en las rodillas para guardar reliquias puedes guardar mi corazón y los de mi familia.
Cristo de Carrizo, no sé si mucha gente te rezará en el museo de León en el que estás tan hierático y románico como siempre.
Sólo sé Cristo de Carrizo
Sólo sé, Cristo de Carrizo, que, cada vez que me pongo ante ti, sólo se me ocurre rezarte de la misma manera en la que San Francisco de Asís lo hizo ante el Cristo de San Damián.
San Francisco de Asís
Sumo, glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta,
esperanza cierta
y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla
tu santo y verdadero mandamiento.
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(Imagen del Cristo de Carrizo: De Ángel M. Felicísimo from Mérida, España – Cristo del Carrizo, CC BY 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=45900620)
(Fotografía de la portada del artículo: https://www.diariodeleon.es/)