Lo decía mi abuelo: «A los muertos hay que honrarles pisando sus huesos y respirando su último aliento». Esto que yo no escuché de viva voz, me lo contó mi abuela mucho tiempo después de que mi «yayo» falleciera, se hace carne en Peñalcázar, Soria.
El Moncayo
Allá, en el Moncayo soriano, y abandonado en el año 1978, Peñalcázar es ese pueblo que mantiene su último aliento de muerto para que vayas y lo aspires para revitalizarte. Pasear por su recinto fortificado. Ver esos cortados rocosos. Disfrutar de su torre califal, su aljibe, su iglesia gótica renacentista, dedicada al Arcángel San Miguel…
El silencio
Hay que estar allí para pisar sus huesos. Hay que estar allí para recoger esa imagen que te acompañará toda tu vida. Hay que guardar todo lo que transmite y escribirlo en un post como este que escribo en el silencio de mi habitación para Patrimonio Activo. No es fácil.
¿Cómo aguantar tanta belleza coaxial?…
¿Cómo transmitir todo ese silencio? ¿Cómo trasladarte todo ese impacto que se produce en tu alma? ¿Cómo aguantar tanta belleza coaxial? ¿Cómo reclutar a tus seguidores para que vayan a ese alejado punto de la provincia soriana? ¿Cómo lamentar que no vayas sin sentirte un poco más triste? ¿Cómo explicar lo que no se deja sin que no te dejes?
Vegetación y plata
Y la respuesta está en el viento, como decía la canción. No busques entre la vegetación, fuerte, pero escasa. Busca entre sus rocas calizas, entre los restos de aquella mina de plata desde la que se extraía un metal precioso que ya no está. Igual que el tañido de las campanas, robadas por alguien que no aspiró su último aliento. Por alguien que no dejó ni las lápidas del cementerio, pero sin quererlo dejó una sombra.
Sí, «A los muertos hay que honrarles pisando sus huesos y respirando su último aliento».
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(Imagen: De Carlos Romero Portero – Foto hecha por mí, CC BY-SA 2.5, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=1701670)